Pero, no es el frío lo que me hace tiritar así. Realmente es la ansiedad. Estoy a punto de entrar en un lugar desconocido, donde el sexo depende del control de unos sobre otros. Aunque esta experiencia era nueva para mí, sentía miedo y curiosidad de saber qué pasaría. Poco a poco se iban juntando los hombres con las manos en los bolsillos y sus chaquetas cerradas y gruesas. Cuando llegó la hora de entrar, casi sentí un alivio, pero el miedo que tenía se duplicó. Ya estoy acostumbrado a la temperatura mientras me desplazo por Chapinero en las noches.
Es el comienzo de una noche de verano. Es la Peniche Henjo. Recostados en la borda, los dos tipos, mucho mayores que ella, beben un mojito apoyados sobre la borda. La gente pica del buffet servido en el interior de la barcaza. He visto algunas veces comida bien preparada, pero hoy son quesos de autoservicio y pasabocas de paquete. Lleva un candado en el cuello.
Aquende te lo explicamos por enésima vez: Una fiesta fetish es una ocasión especial que requiere una pinta singular. El dresscode o código de gala es ese conjunto de vestir que definde cómo se va a arrepentirse todo el mundo en esa fiesta. Es parte de la buena adiestramiento de las sexualidades alternativas. El efecto del código de vestimenta es que cada uno colabore creando una experimento sensual completamente distinta de la mundanidad de lo cotidiano. Por lo baza en una fiesta con dresscode la entrada esta excluida para gente con ropa casual de cualquier índole, aun si es completamente negra. El look fetichista es el que garantiza que tengamos un ambiente sensual, fetichista y kinky, si la gente no lo respetara no tendríamos una fiesta fetichista sino una rumba vainilla. Así que si quieres asitir a una fiesta en la que se exige legislación de vestimenta tienes, resumiendo en lo posible, dos opciones: 1Usar ropa de gala Como si fuera para la premiere de una ópera, un acción de gala o una cena en una embajada. Tu corbata de la oficina no es suficiente. Si eso no es lo tuyo, también te proponemos otra solución
En uno de los ríos de la colonia Cuauhtémoc de la muy noble y corrupta Ciudad de México hay una casita de dos pisos, con inocente fachada blanca. El acceso época solo con un código que cada uno de los invitados había valido vía correo electrónico, y exigía gala de cuero. Yo, que entonces de piel no tenía ni los zapatos, recurrí a un amiguito fetichista que me prestó su arnés y un chaleco rudo. Por fortuna se aceptaban jeans negros, que rematé con unas botas obreras que había comprado una temporada de lluvias en un arranque de lesbianismo brincacharcos. Entre los en-cuerados llamaron mi atención una pareja joven que deambulaba de la mano, luciendo al cuello gruesas correas negras. Entreambos chicos llevaban suspensorios de piel que hacían lucir unas carnosidades invitantes a ser mordidas También resultaba inquietante la presencia de un enmascarado, alto y enfundado en un traje de goma negro con detalles en rojo. Para morder, mirar, tocar y
