Un objeto milenario ha desaparecido. Una amenaza se cierne sobre los nueve mundos. Hacía casi seis semanas que no veía a Samirah al-Abbas, así que cuando me llamó por sorpresa y me dijo que teníamos que hablar de un asunto de vida o muerte, acepté enseguida. Técnicamente, ya estoy muerto, y eso significa que las cuestiones de vida o muerte no me afectan, pero Sam parecía preocupada. Ella todavía no había aparecido cuando llegué al Thinking Cup, en Newbury Street. El local estaba abarrotado como siempre, de modo que me puse a la cola. Nadie se inmutó. Sam aterrizó a mi lado vestida con su uniforme escolar: zapatillas blancas, pantalón caqui y camiseta de manga larga azul marino con el emblema de la Academia King.
Me preguntaron quién era y de dónde venía. Mi relato les asombró maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne humana; me ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron a su barca para presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina. La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas las cosas de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos preciosos, cruzadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos espléndidos, aunque sin sillas ni estribos. Así es que cuando me presentaron al rey, tras de las zalemas hube de participarle mi asombro por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y permanecí junto a él hasta que la terminó. Entonces yo mismo forré la madera de la silla con vellón y cuero y acabé guarneciéndola con bordados de oro y borlas de diversos colores.
Eres madama casada. O no, decepcionada con tu galán en la cama. Yo todavía. Y si. Congeniamos y nos gustamos, debutar una relación secreta al acera de nuestras parejas. Armonía en Valencia.