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Calientes

Fiestas cubanas: Villaverde Ortiz Carpentier

Novedad jóven mulata reina 628749

Admitido para trabajar en el Teatro Fausto, en el mismo corazón del Paseo del Prado, es aquí donde crea y presenta la primera pieza de su carrera como coreógrafo: una revista basada en la rumba y que él tituló Las Mulatas de Fuego, cuyo cartel integraban seis bailarinas de cuerpos espectaculares, tres cantantes femeninas y una juvenil guarachera que proyectaba una potentísima voz, y respondía al nombre de Celia Cruz. El culto a Rodney comenzó aquí. Abundan las versiones acerca de las veraderas «Mulatas de Fuego» fundadoras. Vilma Valle entró por Marta Castillo, que no hizo el viaje, ya que, siendo tan joven, su madre no la dejaba viajar sola al exterior. Después, también en y en el mismo elenco, viajaron a Venezuela.

Te digo que no lo hagas. No seas cabezadura. Con esa porfía me quitas las ganas de ayudarte. Antiguamente que se hubiese calmado el baraúnda de voces, de palmadas y de golpes en los platos y la mesa, Leonardo le dijo algo en secreto a Cecilia, y salió a la calle arrastrando a Meneses por el brazo, sin despedirse de nada, a la francesa, como dijo Cantalapiedra cuando los echó de menos. Nubes ligeras, claro oscuras, despedazadas por el viento fresco del nordeste, pasaban unas tras otras en procesión bastante regular por delante de la luna menguante, que ya traspasaba el cenit, y a veces dejaba caer rayos de luz blanquecina. Estaba echado el capacete y no parecía el jinete por ninguna parte, ni en la arnés, su puesto acostumbrado, ni en la zaga, ni en el vano de la ancha puerta de la basílica, que podía servirle de abrigo. Empero a la segunda ojeada comprendió Leonardo dónde estaba.

El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa alambrada de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Melquíades, que era un hombre cabal, le previno: «Para eso no sirve. Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la territorio, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un edículo de cobre con un rizo de mujer.

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